La mujer de 56 a 63 años. Vivencias del noveno septeno.
Como en el nuevo curso, así comienza esta tercera época de la vida que va desde los 56 a los 63 años, con una sensación de permiso para reiniciarme. Un buen momento para recuperar la pasión por las cosas. Ahora disfruto disponiendo de más tiempo para mí misma y con el “nido vacío” aprendo a desprenderme. Hasta digo adiós a la vieja Elena para dejar espacio a mi ser auténtico.
Si lo miro bien, hasta me alivia sentirme un poco invisible y estar en condiciones de hacer -por fin- lo que me da la gana. Por primera vez, mi cuerpo reclama con intensidad un lugar de quietud y atención, por ello, disfruto disponiendo de más tiempo para mí misma.
Suele ser el momento del nido vacío o tal vez de la ausencia definitiva de los padres, lo que exigirá un duelo. Saldré, lloraré y puede que grite en la espesura. Me permitiré sentir el dolor, sin acorcharme. Regresaré a casa y, tras lamer mis heridas, pasaré página y empezaré de nuevo.
Por tanto, observo que aprender a desprenderse es el precio de la madurez y la sabiduría.
A estas alturas, es urgente practicar diferentes formas de ser. También en la pareja u otras relaciones, a través del perdón, el respeto y la admiración. Más allá de la rutina, qué gusto da recuperar la sorpresa y el asombro de cuando éramos niños.
Con este panorama, mis fuerzas decrecen pero son compensadas con una mayor conciencia. Al fin y al cabo, la bondad, la belleza y la verdad que aprendí en mis tres primeros septenios son los valores que guían hoy mis pasos.
¿Qué nuevas tareas tengo aún por delante?
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